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jueves, 2 de julio de 2015

El corredor y el nadador

Hola de nuevo. Llevo bastante tiempo procastinando para escribir esta entrada, quizás porque va a ser la última. Esa es la razón de no aparecer por aquí, no me decidía a dar el paso.
Para los habituales de éste rincón os diré que mi fascitis plantar sigue igual, son casi 2 años, es posible que nunca se cure o lo haga en 2 meses, imposible saberlo.
Adaptado a mi nueva circunstancia, la vida no es mala. Para nada. Me permite trabajar y llevar una vida casi normal, aunque mi autonomía para caminar o permanecer de pie se limita a 10-15 minutos.
- Vaya mierda- dirá alguno. Pues hay muchas cosas peores, date una vuelta por ahí.
 Todo es cuestión de expectativas y perspectiva. La actitud, es lo más importante.
La molestia es permanente, pero perfectamente tolerable, y si no me paso de listo, nos llevamos razonablemente bien (mis pies y yo).
Como esos matrimonios que se odian con cariño y desgana, casi imposible intuirlo desde fuera.
Así es nuestro triángulo amoroso (mis pies y yo).
A pesar de no correr, al gordo que habita en mí lo he dejado atrás, me mantengo en una forma bastante aceptable, gracias a don Joseph y a unos buenos hábitos alimentarios arraigados hace tiempo.
Pero me falta hacer algo de ejercicio aeróbico. Acabo de cancelar mi suscripción al gimnasio (fila 0), he pensado que hay mejores obras filantrópicas  a las que dedicar mi dinero.
Así que aprovechando la temporada estival, he decido que voy a nadar. Nunca me ha gustado demasiado, pero tampoco me gustaba correr al principio y mira tú.
Tengo la suerte de tener una piscina  estupenda que por la noche queda libre de esas pequeñas criaturas tan molestas que por extrañas razones nos gustan tanto (sobre todo si viven a nuestra costa).
La paradoja es que no se me da nada mal y además si los piensas se parece bastante. El esfuerzo en soledad, un paso, una brazada, la respiración rítmica, las ganas de parar que son vencidas a cada metro, a cada largo...
Os recomiendo una vieja película del bueno de Burt Lancaster, El nadador.


                                              
                                          El nadador (The Swimmer). Fran Perry. 1968

Siempre me ha fascinado la figura del perdedor, me han merecido siempre un gran respeto (los grandes perdedores, claro, nada fácil por otra parte).
Hay una dignidad antigua en la fatalidad de la derrota a la que el vencedor no puede aspirar jamás.
Está basado en un relato corto de Cheever, también magnífico, muy recomendable.
El protagonista se propone volver a su casa atravesando a nado el valle, de piscina en piscina.
Es la California de los 60´s, en una viaje que es una metáfora vital,  en una película que es una crítica descarnada a la clase alta norteamericana, una pedrada contra el escaparate del sueño americano.
¿Y no echas de menos correr? - me preguntas- .Todos los días, todos los malditos días.
Pero no tiene nada que ver, la serenidad y la nostalgia se pueden mezclar bien si aprendes a hacerlo.
Muchas gracias a todos los que os habéis pasado por aquí, en especial  a todos mis amigos imaginarios. Si algún día vuelvo a correr, aquí os lo contaré, todavía me quedan muchas cosas por decir.


    El nadador muy bien puede volver a correr.

Un abrazo y muchas gracias otra vez.

¡Hasta siempre!